Hoy, juntos, afirmemos que el Rosario no es una práctica relegada al pasado, como una oración de otro tiempo que recordamos con nostalgia. Por el contrario, casi conoce una nueva primavera.
En el mundo de hoy, tan disperso, esta oración ayuda a poner a Cristo en el centro, como lo hizo la Virgen, que meditaba en su corazón, primero, todo lo que se decía sobre su Hijo; luego, todo lo que hizo y dijo. Cuando rezamos el Rosario, revivimos momentos importantes y significativos de la historia de la salvación. Revivimos las diferentes etapas de la misión de Cristo. Con María, el corazón se vuelve al misterio de Jesús...
¡Que María nos ayude a acoger en nosotros la gracia que emana de estos misterios, para que, a través de nosotros, pueda extenderse a la sociedad en las relaciones cotidianas y purificarla de todas las fuerzas negativas abriéndola a la novedad de Dios! Cuando el Rosario se reza con autenticidad, no de forma mecánica y superficial, sino con profundidad, trae paz y reconciliación. Contiene en sí el poder salvador del nombre de Jesús, cuando es invocado con fe y con amor en el centro de cada avemaría.
Papa Benedicto XVI, sábado 3 de mayo de 2008, en la Basílica de Santa María la Mayor.
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