Maximiliano Kolbe se sorprendió por el título dado a María: Inmaculada Concepción. Preferiríamos haber esperado más bien el de Inmaculada Concebida, ya que es el Espíritu Santo quien hace posible la Inmaculada Concepción y María toma su nombre como una esposa toma el nombre de su esposo. El gran misterio que hará posible la Encarnación está asociado al Espíritu Santo, que en la Trinidad es el amor del Padre y del Hijo, del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre.
Así, la Inmaculada Concepción es femenina, como la palabra «espíritu» que en hebreo es femenina: ruah. María, la nueva Eva, es mujer y, dice san Ireneo, por el hecho de ser una Virgen obediente a la Palabra de Dios, el hombre fue resucitado y recobró la vida. Este renacimiento no solo es válido para la respuesta de María al ángel, se extiende a toda la historia de la humanidad y a cada uno de nosotros, con tal de que uno la quiera libremente, porque el hombre está hecho a imagen de Dios.
Sabemos que el mundo entero está bajo el poder del mal (san Juan 1,20), pero nuestra fe puede triunfar sobre el mal y pedir que la voluntad de Dios se haga no solo en el Cielo sino también en la Tierra. El cristiano no es pesimista ni optimista, es creyente. Cree que Dios puede hacer todo según un plan que se nos escapa. Pero Dios toma en cuenta nuestras peticiones, incluso nos las pide y algunas no serán concedidas porque no las habremos pedido.
Este es el fruto de una novena: provoca gracias y ¿qué es la gracia? Es Jesús actuando por medio del Espíritu Santo, quien lo formó en el vientre de María. Vemos así la unidad de todas las cosas en Dios, que nunca cesa de dar, de crear, de amar.
Padre Patrick de Laubier (1935-2016), académico y sociólogo francés, que se convirtió en sacerdote católico.