Para consuelo de la Santísima Virgen, Dios le dio como esposo a un hombre que él había formado para ella, para que, en la semejanza de estados de ánimo y virtudes, ambos contribuyeran a la realización del mayor de todos los misterios. El matrimonio de José y María fue obra del cielo mismo. El uno y el otro fueron elegidos por la sabiduría de Dios, formados el uno para el otro por mandato de Dios, unidos el uno al otro por el Espíritu de Dios.
San José, más feliz que otros hombres, unido a Dios por la Virgen, al amar a su esposa, amaba a la Madre de Dios. No vio nada en ella que no le inspirara piedad. Sus palabras lo elevaron a Dios, sus miradas santificaron su corazón, su modestia gobernó todas sus acciones y su belleza, por un milagro perpetuo, hizo que en su mente dominaran solo pensamientos castos: la belleza de la Virgen, que nunca tuvo algún trato con el pecado, estando felizmente mezclada con la gracia, inspiraba respeto, pudor; difundía no sé qué aroma de santidad, despertaba deseos castos y purificaba los ojos de quienes la contemplaban. Llevaba a Dios los pensamientos de quienes la miraban.
Monseñor Esprit Fléchier (†1710), obispo de Nimes (sur de Francia), uno de los mayores predicadores del siglo XVII