Sobre la vida de María y José antes de la Anunciación, sobre la naturaleza del vínculo que habían contraído antes, sobre las modalidades de su vida común después, el testimonio del Nuevo Testamento es muy sucinto, incluso inexistente. Solo sabemos que María está «casada» con José, que aún no viven juntos, que José será invitado a «llevar a María, su esposa, a su casa».
Para conocer más, debemos acoger la luz del Espíritu Santo en la oración y aprender de los místicos y teólogos. También debemos aceptar diferentes percepciones del misterio.
Su unidad de corazón y alma va más allá de toda experiencia humana, porque está arraigada en la elección de Dios y está totalmente orientada al Niño. Esto me da la oportunidad de criticar duramente las imágenes difundidas en círculos católicos con el título de «Sagrada Familia», ya sean estatuas o iconos. No hay nada de sagrado en la familia que vemos en ellas. Un hombre y una mujer más o menos entrelazados, un niño llevado simétricamente por ambos padres… Esto traiciona por completo el misterio de la Encarnación e incomoda profundamente a nuestros hermanos ortodoxos. En su rigor teológico, se preocupan de mantener a José alejado de la Mujer y del Niño. ¿De qué otra manera sugerir que él no es ni el concubino de María ni el progenitor de Jesús?
Y mi última pregunta: ¿no es inquietante, e incluso contradictorio, que María sea presentada como ejemplo tanto a los consagrados como a los casados?
Es cierto: en toda la tradición espiritual se contempla a María como modelo y reina de las vírgenes y consagradas. Esto no impide que una tradición más reciente vea también en María y José al modelo de los esposos. El día de la Sagrada de la Familia tiene este sentido de ejemplaridad. Esta aparente paradoja confirma que es imposible reducir el incomparable misterio de María —y por tanto de José— a cualquiera de nuestras experiencias. Ni por un lado ni por el otro tenemos que «copiar» a María.
Sin embargo, todos tenemos mucho que aprender de ella. Reina y madre, tiene el carisma de inspirar y formar discípulos. Sea cual sea su vocación.
Padre Alain Bandelier.
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