Adán había escalado la montaña de la soberbia; el Hijo de Dios quiso descender al valle de la humildad. ¿Hoy ha encontrado un valle adonde bajar, ahí donde está ella? ¡No en ti, Eva, madre de nuestra desgracia, no en ti!, sino en la bienaventurada María.
Ella es como el valle de Hebrón, por su humildad y por su fuerza. Es fuerte, debido a su participación en la fuerza del que se ha escrito: «El Señor es fuerte y poderoso». Ella es esa mujer fuerte que busca Salomón: «Una mujer fuerte, ¿quién la encontrará?».
Eva, aunque fue creada en el paraíso, sin corrupción, sin contaminación, sin enfermedad ni dolor, ¡resultó ser muy débil, muy enfermiza! «¿Quién encontrará a esta mujer fuerte?». ¿Podremos encontrarla en esta tierra de miseria, cuando no pudimos encontrarla en la felicidad del paraíso?
Hoy Dios Padre ha encontrado a esta mujer para santificarla; el Hijo la encontró para vivir en ella; el Espíritu Santo, para iluminarla; y el ángel, para saludarla así: «Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo». He aquí a la mujer fuerte, en quien la templanza reemplaza a la curiosidad, la humildad excluye toda vanidad y la virginidad está ahí libre de toda voluptuosidad.