Cuando rezo el Rosario, por lo general trato de concentrarme en los misterios gozosos. Pero hay días en que los misterios dolorosos son los que más hablan a mi corazón. Hay días en los que es reconfortante saber que la mujer más santa que jamás haya vivido sobre la tierra, la mujer elegida por Dios para ser la madre de su Hijo, realmente comprendió el dolor, la pena y la tristeza. No hay pena que no podamos presentarle que no comprenda. Quizás por eso me encanta la festividad de Nuestra Señora de los Dolores.
María sufrió mucho durante lo que llamamos sus siete dolores: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, la pérdida del Niño Jesús antes de encontrarlo en el Templo, el encuentro con Jesús camino del Calvario, su crucifixión y muerte, el descendimiento del cuerpo de Jesús de la cruz y su sepultura.
Una madre que ha pasado por esta experiencia sabe acompañarnos a cada uno de nosotros, incluso en los peores momentos de desolación y tristeza. Pienso en esto en los días en que parece que esta pandemia nunca termina, cuando parece haber sufrimiento en tantas partes del mundo y cuando siento que las divisiones crecen.
Cada vez que miro alguna pintura de Nuestra Señora de los Dolores, pintada de la manera tradicional con siete espadas afiladas atravesando su corazón, pienso en los primeros años de nuestro matrimonio, cuando éramos miembros de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores en Centerville, Maryland (Estados Unidos). Cuando nos dimos cuenta de nuestra infertilidad, miré esta imagen que colgaba en la iglesia y le conté a María lo que llevaba en mi corazón y me pareció que me entendía.
No hay dolor, ni tristeza, ni dificultad en el mundo que sea demasiado grande para que nuestra Santísima Madre no se lo lleve a Jesús y le pida que lo resuelva. Entonces, ¿por qué no tomar lo que hoy te atraviesa el corazón y encomendarlo a nuestra Madre celestial?
Copyright © 2021 Catholic Review Media
https://catholicreview.org/no-sorrow-too-great-for-our-mother/