En la vida dispersa de hoy, donde corremos el riesgo de perder el camino, el abrazo de la Madre es fundamental. Hay mucha dispersión y soledad en todas partes: el mundo está completamente conectado, pero pareciera estar cada vez más desunido. Necesitamos confiar en la Madre.
En la Escritura, ella abraza muchas situaciones concretas y está presente donde hay necesidad: acompaña a su prima Isabel, ayuda a los esposos en Caná, anima a los discípulos en el Cenáculo... María es un remedio para la soledad y el aislamiento.
Ella es la Madre del consuelo que consuela, ella está con el que está solo. Sabe que para consolar no bastan las palabras, se necesita presencia y ella está presente como Madre. Permitámosle que acoja nuestras vidas. En la Salve Regina la llamamos «nuestra vida»: esto parece exagerado porque nuestra vida es Cristo (Jn 14,6); pero María está tan unida a él y tan cerca de nosotros que nada mejor que poner nuestra vida en sus manos y reconocerla como «nuestra vida, nuestra dulzura y nuestra esperanza».
Papa Francisco, homilía en la solemnidad de María Madre de Dios en la 52ª Jornada Mundial por la Paz, 1 de enero de 2019.
Homélie du pape François