En este extracto del libro de Luisa Piccarreta*, la Virgen María evoca el momento del nacimiento de Jesús:
«Entonces lo envolví en pañales pobres, pero limpios y lo acosté en el pesebre. Era su voluntad y no había nada que pudiera hacer más que obedecer. Sin embargo, antes de eso, lo compartí con mi querido san José, poniéndolo en sus brazos. Vaya, ¡cómo se alegró! Lo estrechó contra su corazón y el pequeño y encantador bebé derramó torrentes de gracia en su alma.
Luego, después de que José y yo acomodamos un poco de heno en el pesebre, liberé a Jesús de mis brazos maternos para acostarlo allí. Encantada por la belleza del divino Niño, permanecí casi todo el tiempo de rodillas junto a él, desplegando los mares de amor que la Divina Voluntad había formado en mí para amarlo, adorarlo y dar gracias.
¿Y qué hacía el bebé celestial en el pesebre? Dar continuidad a la voluntad de nuestro Padre celestial, esa voluntad que también era la suya. Suspiró y lloró, llamando así a todas las criaturas, diciéndoles con sus lágrimas de amor: “Vengan todos, hijos míos. Por amor a ustedes, nací en el sufrimiento y en el llanto. Vengan todos a conocer los excesos de mi amor. Denme refugio en sus corazones”.
Y había un continuo ir y venir de pastores que acudían a visitarlo. A cada uno de ellos le dedicó una mirada dulce y una sonrisa de amor, a menudo acompañada de sus lágrimas.
Debes saber que toda mi alegría era tener a mi amado Hijo Jesús en mi regazo. Pero la voluntad divina me hizo comprender que debía dejarlo en el pesebre a disposición de todos, para que quienes quisieran pudieran tomarlo en sus brazos, acariciarlo y besarlo como si fuera su propio hijo.
Era el pequeño Rey de todos y por eso tenían derecho a hacerle una dulce promesa de amor. En cuanto a mí, para cumplir la suprema voluntad, me privé de mis inocentes alegrías de Madre, comenzando así, en el trabajo y el sacrificio, mi función de dar a Jesús a todos. »
* Luisa Piccarreta, mística italiana (1865-1947). Extracto de su libro La Virgen María en el reino de la divina voluntad, escrito en 1932 obedeciendo a su confesor, el P. Benedetto Calvi.