La revelación de la humildad de Dios se realiza en María. El Magníficat devela este misterio. La humildad es el signo del verdadero poder. Es la fuerza espiritual, el poder del amor, que consiste en inclinarse libremente ante lo más pequeño. La Encarnación es la eterna humildad de Dios.
Él nace para revelar cuál es el poder de Dios, que es el poder de ser siervo de los más pequeños. Todas las demás formas de poder impiden una verdadera relación amorosa con Dios.
María es el Arca de la Nueva Alianza. María recibe a quien une el Cielo y la tierra. Ella lleva al que lleva todo. “Ella da al mundo a quien da vida en abundancia”. Así, María es modelo de perfecta acogida y de entrega total. Ella devuelve íntegramente lo que recibe de Dios: a Jesucristo. Nos ayuda a convertirnos, a nuestra vez, en arcas de la alianza, custodias y grano de trigo.
Los hijos de María están protegidos por Dios y por María misma. Derrotado en la gran batalla por san Miguel, Satanás es arrojado a la tierra con sus demonios. En su plan, Dios quiere que los hombres participen de la victoria de Cristo sobre el demonio. “Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron” (Ap 12, 11): cada vez que se celebra y se adora la Eucaristía, la sangre preciosa del Cordero se derrama sobre los hijos de María.
Meditación propuesta por los Misioneros de la Santa Eucaristía. Extracto de la meditación del 2° misterio gozoso.