13 de diciembre – Santa Lucía, virgen y mártir en Siracusa, primeros siglos

Desde su concepción inmaculada, María supo que sería también nuestra Madre

En el siguiente extracto del libro de Luisa Picarreta(1), la Virgen María evoca los nueve meses durante los cuales llevó a Jesús en su seno:

Desde que la pequeña humanidad de Jesús se hizo presente en mi seno por obra del fiat divino, se encarnó allí el Sol del Verbo Eterno. (…) Y, como esta pequeña humanidad no podía contener tanta luz, se desbordó afuera, invirtiendo Cielo y Tierra, y llegando a todos los corazones. Con sus ardientes rayos interpelaba a todas las criaturas, diciéndoles: “Hijos míos, ábranme, denme un lugar en sus corazones. Descendí del Cielo a la tierra para formar mi vida en cada uno de ustedes. Mi Madre es el centro donde resido y mis hijos se colocarán en torno a ella. En cada uno de ellos quiero fijar mi vida y mi hogar.

Esta luz golpeaba sin detenerse jamás y la pequeña humanidad de Jesús gemía y lloraba. Sus gemidos y gritos de amor se mezclaron con esta luz y enviaron rayos de amor a todos los corazones. Hija mía, debes saber que entonces comenzó una nueva vida para tu Madre. Yo estaba al tanto de todo lo que hacía mi Hijo.

En efecto, la pequeña humanidad de Jesús, apenas concebida, conoció todos los sufrimientos que iba a asumir a lo largo de su vida terrena. Jesús encerró en él a todas las almas porque, siendo Dios, nadie podía escapar a él.

Y yo, tu Madre, lo seguí en todo esto y sentí sus sufrimientos en mi corazón materno. Además, conocí a todas las almas que, como Madre y junto a Jesús, iba a engendrar a la gracia, a la luz y a la vida nueva que mi amado Hijo venía a traer a la Tierra.

Hija mía, debes saber que, desde el momento de mi concepción, te amé como una madre, te llevé en mi corazón, ardí de amor por ti, aunque no entendía por qué era así. La divina voluntad me hizo cumplir cosas, pero mantuvo el secreto oculto a mis ojos.

Sin embargo, en la encarnación del Verbo en mi seno, ella me reveló estos secretos y me hizo comprender la fecundidad de mi maternidad: no solo me convertía en Madre de Jesús, sino también en Madre de todas las criaturas. Además, comprendí que tendría que vivir esta maternidad bajo el doble signo del sufrimiento y el amor.

 

(1) Luisa Picarreta, mística italiana (1865-1947). Extracto de su libro La Virgen María en el Reino de la divina voluntad. El libro lo escribió en 1932 en obediencia a su confesor, el padre Bendetto Calvi.

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