En febrero de 2021, mi madre falleció después de una dura batalla contra el cáncer. Por un tiempo me sentí desorientada, privada de la persona que siempre me había guiado. Me sentía desubicada, abrumada e inestable.
Fue durante estos primeros meses de vulnerabilidad, sin mi madre terrenal, que llegué a encontrarme con la presencia de mi Madre Celestial, nuestra Madre, la Santísima Virgen. No traté de desarrollar una relación con ella. De hecho, era bastante escéptica y, a veces, me indignaba que ella pudiera llenar parte del vacío materno que sentía.
Sin embargo, una mañana, sentada ante nuestro Señor Eucaristía en adoración, me encontré meditando en un pasaje del evangelio de san Juan, las bodas de Caná. Después del intercambio entre Jesús y María sobre las tinajas de vino vacías, María se dirige a los sirvientes que rodean a Jesús y les dice: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5). Mientras meditaba en este versículo, comprendí por primera vez que María es verdaderamente una madre que tiene autoridad, a quien debemos obediencia respetuosa. Como mi madre terrenal, nuestra Madre Celestial tiene en su corazón los mejores intereses para sus hijos. ¿Qué pide María? Como muchas buenas madres, es franca y directa: “Hagan lo que él les diga”.
Al darnos la Eucaristía, Jesucristo se ofreció enteramente a nosotros, para que nunca nos sintiéramos abandonados o solos. Él fue, es y siempre será Dios con nosotros. Asimismo, colgado en la cruz, nos hace el don de su Santa Madre. Estos grandes dones están intrínsecamente unidos como fuentes sobreabundantes de gracia en nuestra vida.
Todos los días estamos invitados a seguir los consejos de nuestra Madre Celestial y a vivir en comunión con su Hijo, nuestro Salvador, a través del don de la Santa Eucaristía. Como siempre ha sido el caso en esta vida, podemos elegir cómo responder a los mandatos de nuestra Madre. Podemos responder con un fiat como María, viviendo una vida eucarística que dé gloria a Dios.