El día en que los discípulos se disputaron el primer lugar, María se rebajó, no solo en todo, sino más que todos, sobre todo porque era más grande que todos.
Es, pues, justo que, del último lugar, pase al primero la que, ante todo, se hizo la última. Es de justicia que ella sea la soberana de todos, ella que se mostró sierva de todos. Es de justicia, finalmente, que sea exaltada por encima de los ángeles la que, por su bondad inefable, se colocó por debajo de las viudas y de los arrepentidos, por debajo de aquella de la que salieron siete demonios.
Os ruego, hijos míos, si tenéis un poco de amor por María, si buscáis agradarla, tratad de imitar esta virtud, imitad su modestia. Nada se adapta mejor a un hombre, nada se recomienda más a un cristiano, nada sobre todo le conviene tanto a un monje.
San Bernardo de Claraval (1090-1153), doctor de la Iglesia. Extracto del Sermón de las doce estrellas.
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