Joaquín elige casarse con Ana, una mujer de clase alta, digna de los mayores elogios. En efecto, como la primera Ana del Antiguo Testamento, afligida por la esterilidad, había obtenido por la oración y por un voto dar a luz a Samuel; esta, de la misma manera, por súplicas y promesas, obtuvo de Dios ser la Madre de Dios.
En este punto, por tanto, ella no es inferior en ningún modo a ninguna de las mujeres ilustres. Entonces la gracia —porque eso significa “Ana”— dio a luz a la soberana, que es lo que significa “María”. María, en efecto, se constituyó verdaderamente como soberana de todas las criaturas, ella que era la Madre del Creador.
Nació en la casa de Joaquín en Jerusalén, cerca de la Puerta de la Prueba, y fue llevada al Templo. Entonces, “alojada en la casa de Dios” y alimentada por el Espíritu, como un olivo fértil, se convirtió en la morada de todas las virtudes. Separando su corazón de todas las concupiscencias de esta vida y de la carne, conserva su alma virgen, al igual que su cuerpo, como convenía a quien iba a concebir a Dios en su seno.
San Juan de Damasco
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