Algunos estaban allí (en el momento de la crucifixión) para ver algún milagro y convencerse de que Él era el Mesías. ¡Qué tontos! En la cruz hicimos huir a tanta gente que ya no creía, que sintió miedo al verlo morir; y, cuando murió, los pocos que quedaron se convencieron de que nada era cierto, porque, si estaba muerto, no había nada más que hacer.
Cuando bajaron el cuerpo de la cruz, nosotros (los demonios) tentamos también a Juan, dijimos a su espíritu: “¡Mira cómo terminó tu Mesías! ¡Mira cómo terminó tu Mesías!” También tentamos a su Madre. Su corazón estaba herido, pero al mismo tiempo había una gran paz en ese corazón y perdonaba a todos, amaba y sufría: su perdón era total, su amor era total, su ofrenda era total.
¡Y eso es lo que nos derrotó! En vano sacudimos su fe, Ella siguió orando. Ella era la única que había conservado la fe en la Resurrección; su corazón ya lo sabía y, al amanecer del día siguiente al sábado, su Hijo se presentó primero a Ella. No sabemos lo que se dijeron, solo vimos que de ese encuentro emanaba una gran paz y un amor infinito, pero no podíamos escuchar sus palabras, su discurso de amor estaba fuera de nuestro alcance. Luego vimos a María Magdalena ir al sepulcro.
Tomado de: Bamonte, Francesco (2006). Possesioni diaboliche ed esorcismo: Come riconoscere l'astuto ingannatore (“Posesiones diabólicas y exorcismos: como reconocer al astuto mentiroso). Torino: Figlie di San Paolo.