El sábado de la quinta semana de Cuaresma, la Iglesia Oriental celebra el himno Acatista de su Santísima Soberana, la Madre de Dios y siempre Virgen María, en memoria de los hechos que marcaron a Constantinopla (hoy Estambul, en Turquía), en la época de Heraclio.
En ese momento, innumerables tropas de Europa central, con sus generales paganos, irrumpieron desde el oeste en Constantinopla, lanzando gritos blasfemos contra Dios. El mar estaba cubierto de barcos, la tierra llena de infantería y caballería. Entonces el patriarca Sergio exhortó al pueblo de Constantinopla a no desanimarse, sino a poner toda su esperanza, de todo corazón, en Dios y en su Madre, la Divina Genitrix, la Toda Inmaculada.
El Patriarca, con todo el pueblo, llevó en procesión el icono de la Madre de Dios hasta lo alto de las murallas, para asegurar su resistencia, con el Icono de Cristo "no-pintado-por-mano-de-hombre".
Unos barcos llenos de soldados se dirigieron contra la Iglesia de Nuestra Señora de Blachernes (en Constantinopla), pero una violenta tormenta sacudió el mar inesperadamente y la flotilla quedó hecha pedazos. Desde la orilla de Blachernes, la Madre de Dios hizo retroceder a todos los asaltantes.
Y el pueblo de Constantinopla, para dar gracias a la Madre de Dios, le cantó un himno toda la noche, sin sentarse (Acatista), ya que ella misma no había cesado de velar por ellos y con un poder sobrenatural les había dado la victoria sobre los enemigos.
En memoria de este prodigio, la Iglesia ha adoptado la costumbre de dedicar esta festividad a la Madre de Dios, en esta época del año en que ella dio la victoria. Y se llama “Acatista”, porque el clero de la ciudad y todo el pueblo la celebraban de pie.
Según el «Tríodo de Cuaresma», Diaconía Apostólica 1993