Originaria de Cabilia (Argelia) y aunque no bautizada, mi madre conoció el Rosario antes que yo. Ella nunca practicó el islam. En 2015, al inicio de mi conversión, me ofreció un rosario y un icono de la Santísima Virgen. Había recibido ese rosario de un padre cisterciense, amigo suyo, de la Abadía de Sénanque (Francia), donde había realizado dos retiros y donde yo pasé cuatro días después de recibir mi bautismo en abril de 2019, a los 30 años.
Mi padrino me regaló un librito con los textos más importantes del padre de Montfort. Luego leí El amor de la sabiduría eterna y Tratado sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen.
Fuimos dos veces al “Foro de Jesús el Mesías” en París, donde los misioneros cristianos y los conversos del islam se encuentran para reflexionar sobre la evangelización de los musulmanes. Después de oír hablar allí sobre el “Rosario Viviente”, decidimos hacer uno con dos personas que se iban a confirmar y a las que estábamos acompañando.
Leí entonces la confesión de los quince mil demonios que salieron del albigense exorcizado por santo Domingo mediante el Rosario: “Esta Madre de Jesucristo es todopoderosa para evitar que sus siervos caigan en el infierno. (…) Nos sentimos obligados a confesar que ninguno de los que perseveran en su servicio, será condenado”.
Tocado por primera vez por la encarnación de Jesucristo, mi amor por la Santísima Virgen creció cuando comencé a llevar la Medalla Milagrosa recibida durante el curso de evangelización para musulmanes organizado por Mission Angelus en la parroquia de Santa Clara, en las afueras de París, en la Puerta de Pantin.
Hoy, el Rosario acompañado de un anuncio misionero directo y claro me parece la piedra angular de la reconstrucción de la Iglesia y de la conversión de los millones de musulmanes presentes en el territorio de Francia.
Testimonio enviado por Moïse Emran al equipo de Marie de Nazareth