Este dulce nombre alegra mi corazón, llenándolo de profunda felicidad.
Evoca en mi alma a una Madre admirable.
Una madre que se inclina con benevolencia sobre todos.
Una madre paciente y tiernamente volcada hacia el Dios uno y trino intercede por nosotros, en cada instante, a lo largo de nuestros días.
¡Oh! ¡Cómo no conmoverse al pronunciar este nombre henchido de amor, desde toda la eternidad!
Él, el Verbo, la Luz, Dios de dioses, Señor de señores, no temió encarnarse por el aliento de su Espíritu en el vientre de María.
Ella es toda pura. ¡Ella es la Inmaculada! Y cuando en las tormentas sintamos que nos hundimos, oremos, no temamos, alcemos la mirada hacia Aquella que es toda belleza. A través de su Hijo Jesús, se dignará calmar los vientos y alejar los sufrimientos.
Es nuestra Madre, nuestra mamá, y a qué hijo una madre admirable no ama desde el fondo de su alma.
Ella ha llorado tantas veces por nuestra humanidad hundida en el pecado.
Lloró tanto al ver las atrocidades que iban a suceder.
Padeció tanto viendo al enemigo desviar a sus hijos de Aquel que es “el camino, la verdad y la vida”.
Sufrió tanto hasta en su corazón de Madre, viendo a la Santísima Trinidad, despreciada y rechazada por todos.
Oh, ¿cómo no amarla?
¡María! ¡Mamá! Dígnate también hoy posar tu mirada sobre cada uno de nosotros, tus hijos. No consideres nuestro pecado ni nuestra pobreza, sino solo a Jesús en nuestros corazones que se hunden.
Dígnate, Madre admirable, consolar, reconfortar a todos los que son amados por el Dios uno y trino, y también ayúdanos a entregarnos a él porque es por él y solo por él que, después de esta vida aquí abajo, en la Tierra, podremos finalmente encontramos ante su dulce luz.
Poema de Constance: enviado al equipo de Marie de Nazareth, abril de 2021