En el camino espiritual del Rosario, fundado sobre la contemplación constante —en compañía de María— del rostro de Cristo, estamos llamados a perseguir el ideal que exige ajustarnos a él a través de una asociación que podríamos llamar "amistosa".
Nos permite entrar de forma natural en la vida de Cristo y, por así decirlo, “respirar” sus sentimientos. El beato Bartolo Longo, a este propósito, dijo:
“Así como dos amigos que a menudo se encuentran juntos acaban pareciéndose incluso en la forma de vida, así también nosotros, hablando familiarmente con Jesús y con la Virgen, meditando los misterios del Rosario y formando juntos una vida a través de la comunión, podemos llegar a ser, en la medida en que nuestra pequeñez nos lo permita, semejantes a ellos y aprender a través de sus sublimes ejemplos a vivir de manera humilde, pobre, escondida, paciente y perfecta”.
Juan Pablo II, Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, núm. 15 (octubre de 2002)