“¡Feliz la que ha creído!” (Lc 1,45). Si la bienaventuranza es un acto conforme a la perfecta virtud del alma, María fue sumamente bendecida porque estaba llena de virtud y de gracia. Era prudente y llena de fe, hasta el punto de merecer concebir en virtud de esa fe y convertirse en fundamento y columna de la Iglesia gracias a su fe.
Creer significa, como afirma san Agustín, dar el consentimiento del propio juicio y adherirse con total devoción a lo que se cree. Al ofrecer su asentimiento, María dijo: "Hágase en mí, según tu palabra" (Lc 1,28).
Reflexionando, preguntó la forma; pero con piedad buscó en quién creer cuando, rezando, atrajo hacia sí al Verbo, repitiendo en espíritu el cántico, "Mi amado es para mí y yo para él" (Ct 2,16) una y otra vez, "apoyada en mi amado" (cf. Ct 8, 5).
La fe es una luz que trae la verdad a los que creen.
A través del conocimiento, María fue colocada en la verdad y la verdad, con la Encarnación, se introdujo en ella.
San Alberto Magno, in Lucam 1,45
Ve también: Enciclopedia Mariana