Ciertos episodios en la vida de los santos pueden inspirar nuestras acciones e incluso hacernos más audaces. Esto es lo que me pasó con el cardenal Alexandru Todea. En 1999, durante una misión en Rumania, tuve el inesperado privilegio de conocer a este gran mártir de la fe que había pasado años en las cárceles comunistas. En el momento de mi visita, él ya era anciano y estaba postrado en cama, pues sufrió un ataque cerebral. Se dejó cuidar como un niño, incapaz de moverse ni de hablar. ¡Excepto durante el Rosario! Comenzó a hablar de inmediato y oró con nosotros antes de volver al silencio.
Antes de sufrir el ataque, le gustaba contar que un día, aislado en las profundidades de una sórdida mazmorra, se moría de hambre como tantos de sus compañeros. Se dio cuenta de que no sobreviviría con esa dieta. Entonces, tuvo la buena idea de no comportarse como un huérfano, sino de ir y tirar del manto de su Madre. Supo mover sus sentimientos y la amenazó así: “¡Mamá, ya ves, me muero de hambre! ¿Esto no te importa? ¡Si un día me liberan y vuelvo a predicar, ya no podré ponerte como ejemplo de Madre maravillosa, como lo he hecho tantas veces! ¡Porque a mí, que soy tu hijo, me dejas morir de hambre!”.
Más tarde, esa mañana, escuchó el clic del candado, algo que no había sucedido en más de dos días. ¡Oh milagro, su cuenco contenía carne! Había tanta, que podía asegurar no solo su almuerzo, sino también su cena e incluso las comidas del día siguiente. Pero, por la noche, hubo que devolver los cuencos. El cardenal Alexandru no pudo comerse tal cantidad, se habría enfermado, sobre todo, porque su estómago se había estrechado. A regañadientes, devolvió el resto de la carne a su carcelero; pero, ¡le esperaba otro milagro! A pesar de todas las reglas de la prisión, su carcelero le dejó el cuenco y le dijo con una sonrisa que ¡podía quedarse con él hasta el día siguiente!
¡Nunca es tarde para clamar a nuestra Madre desde lo más profundo de nuestras entrañas!
Los frutos de la confianza son incontables cuando, en un diálogo del corazón, el niño se dirige a su madre con gran familiaridad. Los santos nos ayudan a abandonar un cierto tipo de devoción mecánica y, por consiguiente, aburrida. Ellos nos presentan el conocido “encuentro de corazones” que María suscita especialmente en Medjugorje. Es hermoso ver a tantos peregrinos llegar con el rostro afligido, el corazón oprimido y ¡verlos partir con una sonrisa en los labios! Se hicieron cómplices de su Madre celestial. A María le gusta que le hablen con mucha franqueza, con la sencillez de un niño y que uno espere mucho de ella. Esto le permite dar rienda suelta a su corazón de madre.
Nota: mañana, 1º de junio, publicaremos la segunda parte de este testimonio.
Hermana Emmanuel Maillard, miembro de la Comunidad de las Bienaventuranzas, vive en Medjugorje desde 1989 y viaja por todo el mundo para evangelizar.
Sor Emmanuel es autora de Délivrances et guérisons par le jeûne (Partos y curaciones por medio del ayuno):