30 mayo: Domingo de la Santísima Trinidad – Roma, Italia, 4a aparición en Tre Fontane (1947), culto autorizado – Santa Juana de Arco, virgen, † 1431 en Rouen - El día de la madre (en diferentes países)

El nazareno, Pedro, Pablo, Santiago, Natalia y los demás…

Hace unos años, conducía mi auto y me disponía a abrir una botella de champán para celebrar una película que estaba a punto de hacer, cuando inesperadamente tuve un terrible accidente de tráfico. Siguió una ECM (experiencia cercana a la muerte). Entre la vida y la muerte, experimenté el amor inminente del Padre, a través del Sagrado Corazón de su Hijo. Sobra decir cuánto me marcó ese encuentro, no del "tercer tipo", sino del único Dios. La mala alumna que yo era —siempre es así, porque la conversión se da hasta el final— al fin vio, en poco tiempo, sus planes cambiar (gracias a Dios). Contra todo pronóstico, el primer “gran expediente” que trató el Altísimo sobre mi pobre humanidad se llamaba “María”, ella, la nazarena. Aunque era una católica practicante, mi relación con la Madre del Salvador era un poco fría: ella había hecho el trabajo. En ese momento, "él", el nazareno, acrecentó mis potenciales espirituales.

Hace pocos años, algo más de 2000 años, cuando Satanás ya era "el príncipe de este mundo" (Jn, 12) y que los hombres, ayer como hoy, trataban de escapar al pensamiento único, una joven nazarena de quince años dijo “sí” a quien amaba por encima de todo: Dios. Su Dios. El nuestro. Y pasó el resto de su vida diciéndole "sí". María, inmaculada, concibió sin pecado y permaneció sin pecado. Libremente. Ella, una hija de Eva, como nosotros. Una vida consumida en amar y decir "sí" a su Señor y su Dios. El Adversario, siempre el mismo, el Demonio, hizo llover sobre "los colmados de gracias" una lluvia de tentaciones igual a la cantidad de gracias recibidas. Sin éxito, porque María amaba a Dios más que a nada. Más que a ella misma, más que su comodidad, como su casto esposo: José, un hombre santo. Un aventurero de Dios, lejos de la imagen del santón polvoriento e inerte que se representa cada año junto al pesebre. Este “gerente de empresa divina” no dudó en jugar "las tretas del amor" con su esposa y Jesús, “la promesa hecha a Israel” y a todos nosotros: "hoy, en la ciudad de David, un salvador les ha nacido, que es el Cristo Señor" (Lc 2).

Un día, un cierto nazareno dijo: “Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos” (Mt 7). El fruto de María se llama Jesús, “Dios salva”. Sin más comentarios. Pero también lleva el nombre de Emmanuel, "Dios con nosotros". Que ella, que deseaba más que nadie la venida del Salvador, nos comunique hoy su ardiente deseo de su glorioso regreso, "para que sea santificado su nombre, venga su reino y se haga su voluntad en la tierra como en el cielo".

Queridos Pedro, Pablo, Santiago, Natalia y los demás, si María no hubiera dicho “sí” al Señor, todavía estaríamos esperando al Mesías. “María, bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.

Natalie Saracco, cineasta y escritora, mala alumna del Padre Eterno, pero profundamente enamorada de Él y de María. Autora del libro Aux âmes citoyens! (¡A las almas ciudadanos!): [Enlace perdido]

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