Mi tía Margarita era una mujer muy piadosa y verdaderamente caritativa. Recuerdo que, durante mis visitas, a menudo me invitaba a ir a la iglesia del pueblo para el rezo del santo Rosario, en el que participaba con un pequeño grupo de amigos, o para un tiempo de oración por una persona que acababa de morir y, si yo dormía en su casa, se aseguraba de que no me durmiera sin haber hecho mi oración de la tarde.
Soltera, crio al hijo de su hermana discapacitada, de cuyo marido anciano también se ocupaba. Fue para nuestra familia una abuela sustituta providencial, cariñosa, joven de espíritu, alegre y acogedora; no conocimos a nuestra abuela paterna que falleció demasiado pronto y nuestra abuela materna falleció cuando yo tenía 10 años (la mayor de 4 hermanos). Después de la muerte de nuestro padre en un accidente, cuando yo tenía 6 años, ella nos alquiló un pequeño apartamento a un precio muy económico para permitirnos pasar las vacaciones escolares en el campo.
Un día, cuando iba camino al pueblo, vio un camión cargado de troncos que cruzaba la calle hacia el aserradero cercano. La calle era lo suficientemente ancha para que pasaran los peatones y el camión maderero, y mi tía avanzó. No era la primera vez que veía ese tipo de convoyes. Pero un presentimiento repentino ese día la hizo retroceder unos metros y rápidamente se refugió en un patio cercano. Cuando el remolque llegó a su altura, las cadenas que sostenían la pesada carga se rompieron y, con un ruido ensordecedor, los troncos de los árboles rodaron contra las paredes del patio donde se refugiaba. Si no hubiera atendido a esa premonición, los troncos la hubieran aplastado.
Su último presentimiento fue el de su partida al cielo. Enferma, antes de entrar en la ambulancia que la llevaba al hospital de la ciudad, le dijo a su vecina: "¡No volveré a subir, vamos!".
Tengo buenos recuerdos de esta abuela junto con mis hermanos y mi hermana. No cabe duda de que María, que la protegió, también la acogió para conducirla a su Divino Hijo. Descanse en paz”.
P-M. D.: Testimonio de un lector enviado a la Asociación Marie de Nazareth, 18 de enero de 2021.