Lo que más llama la atención al peregrino de Lourdes, y sobe todo al simple visitante, es la presencia de muchos enfermos y discapacitados en el recinto de los santuarios. ¿Qué sería de Lourdes sin ellos? Están en todas partes y tienen preferencia sobre los demás.
Todos aquellos a quienes la vida ha golpeado pueden encontrar cierto consuelo en Lourdes. Por el contrario, la cultura actual quiere convencernos de que el sufrimiento es algo totalmente inútil y hasta una carga económica.
Oficialmente, 80,000 personas enfermas y discapacitadas de todo el mundo vienen a Lourdes cada año. Vienen a apoyarse sobre la roca de la cueva y así sacar fuerzas para afrontar su sufrimiento físico o moral; vienen para encontrar sentido a sus sufrimientos.
A pesar del espectáculo de ciertas heridas o enfermedades —a veces difícil de soportar— uno encuentra aquí un remanso de paz y alegría. La alegría es la realidad de lo que se vive en el corazón de muchas de estas personas durante su estancia en Lourdes. En el imaginario colectivo, Lourdes es la ciudad de los milagros, es decir, la ciudad de las curaciones milagrosas.
Las primeras curaciones de Lourdes ocurrieron durante las apariciones. Casi de inmediato los enfermos empezaron a llegar a la gruta, cada vez más numerosos y desde más lejos. En ese momento, la vista de los enfermos conmovió a algunos tan profundamente que espontáneamente se ofrecieron a ayudar. El grupo de estos hombres y mujeres de buena voluntad ha seguido creciendo, hoy prestando mil servicios en la recepción de los enfermos, en la estación, luego en el aeropuerto, en la explanada del Rosario, en la gruta y en las piscinas. Ellos son los enfermeros y las enfermeras.
Tanto los enfermos como los así llamados sanos se encuentran al pie de la gruta de las apariciones, frente a la Virgen María: se comunican entre ellos a través de sonrisas cruzadas, gestos y, sobre todo, de la oración compartida.