La salvación, explica san Ireneo, es el puente que lleva a Dios al hombre y al hombre a Dios.
Cristo es Salvación por sí mismo, porque se hizo hombre para que el hombre se convirtiera en Dios. Como Dios, tiene el poder de salvar y salva, deifica; en la medida en que es hombre, comunica a los hombres la salvación, es decir, la deificación.
María, la Virgen Madre, es, por tanto, el fundamento histórico que garantiza que la Salvación se ha realizado verdaderamente:
- Madre verdadera, ella garantiza que Dios asumió todo lo nuestro hasta convertirse en “Hijo del Hombre”, por consiguiente, hemos sido salvados;
- Virgen divinamente fecunda, garantiza que Dios realmente nació de ella y que, entonces, realmente salva.
Enseñar la maternidad virginal significa, por tanto, acoger a Cristo como “Emmanuel de la Virgen” o como Salvador. Por eso, la maternidad virginal constituye un artículo de fe fundamental y condición indispensable para acceder a la Salvación:
"Aquellos que afirman que él es solo un hombre puro engendrado por José, permanecen en la esclavitud de la desobediencia antigua y mueren allí, sin haberse mezclado todavía con la Palabra de Dios Padre y sin participar de la libertad que nos llega a través del Hijo, según él mismo dice: si el Hijo los hace libres, serán verdaderamente libres (Jn 8,36). De hecho, ignorando al Emmanuel nacido de la Virgen (Is 7,14), se privan de su don, que es la vida eterna. No habiendo recibido la Palabra de incorruptibilidad, permanecen en carne mortal. Son los deudores de la muerte, por no haber aceptado el antídoto de la vida” (san Ireneo, Contra las herejías III, 19,1)
A. Gila