Este año, la conmemoración de Nuestra Señora de los Dolores, que celebramos tradicionalmente en Malta con mucha devoción el viernes anterior a la Semana Santa, tuvo para mí un significado mucho más profundo y personal que nunca. De hecho, este año, la evocación de María “de pie junto a la cruz de Jesús” (Jn 19:25) me recordó a todas las personas que me apoyaron el año pasado durante mi terrible experiencia en el tratamiento del cáncer.
María, de pie junto a su Hijo crucificado, Jesús, se convierte en un hermoso ejemplo para todos nosotros, un ejemplo que refleja el corazón misericordioso del Buen Samaritano que, en palabras del papa Francisco en su reciente encíclica Fratelli tutti, “se detuvo, se acercó al hombre y lo cuidó personalmente, incluso gastando su propio dinero para ayudarlo en sus necesidades”.
En mi propio ministerio pastoral, he visto el rostro del sufrimiento en tantas personas enfermas: niños, jóvenes, padres que acababan de perder a su hijo o hija a una tierna edad debido a una enfermedad o a un trágico accidente; personas maduras con adicción a las drogas y más.
Ante tales situaciones, siempre comprendí la necesidad de acompañar a estas personas en esos momentos difíciles y siempre he hecho todo lo posible por estar con ellas. Pero, habiendo experimentado el don puro del apoyo humano cuando más lo necesitaba, me doy cuenta de que el mejor regalo que alguien puede darle a una persona que sufre es dedicarle algo de su tiempo, ofrecerle su presencia y, si es posible, una mano amiga.
Estar enfermo de cáncer en el hospital durante esta pandemia duplicó mi sufrimiento porque las visitas estaban prohibidas. Pero, si el número de personas que pudieron venir a verme fue muy limitado, debo decir que esta restricción fue realmente compensada por la atención de los especialistas, médicos, enfermeras, religiosos y personal de enfermería del departamento de hematología. Nunca olvidaré con qué dedicación, cariño y amor me cuidaron. La visita más pequeña a mi habitación o la sonrisa más simple de un médico, enfermera o asistente sanitario que llegaba a ver si necesitaba algo fue un gran consuelo. El mensaje implícito que me daban era: "¡estamos aquí para ti!", “¡estamos aquí, como María, a su disposición!”.
¡Qué hermoso es imitar a María que está junto a su Hijo sufriente!
Hoy, con la fuerza de esta experiencia, quiero dirigirme a los enfermos y decirles: los entiendo un poco mejor y, como a todos los que me han apoyado con sus oraciones, les prometo que yo también les apoyaré con mis oraciones al Señor, pidiéndole la intercesión de su Madre, María.
Adaptado del testimonio del padre Martin Micallef, director de Dar Tal-Providenza en Malta, 26 de marzo de 2021. Times of Malta