“Cuando las imágenes salieron de viaje, parecía un milagro”, comentó Wilhelm Gumppenberg, autor del célebre Atlas Marianus (1672-73). El libro es una colección de leyendas sobre 1200 imágenes de la Virgen María, reconocidas como milagrosas y procedentes del mundo entero, las cuales describen las peripecias de muchas de ellas. Lo sobrenatural no estaba tanto en la forma en que se desplazaron, sino en el hecho de que la imagen partiera para llegar al destino que había elegido.
La Madonna de Trapani es una de esas vírgenes errantes. La historia de Gumppenberg comienza en 1187 con el asedio por parte del ejército del sultán Saladino a Jerusalén. Los Caballeros Templarios destacados en la Ciudad Santa se vieron obligados a huir y se llevaron su tesoro más preciado para resguardarlo.
Empacada en una caja, la estatua de mármol de tamaño natural fue transportada a Pisa. Sin embargo, las severas condiciones climáticas obligaron al barco a fondear por primera vez frente a Lampedusa y luego en el puerto de Trapani, en Sicilia. Una vez más, se dispusieron a trasladar a la Virgen de la ciudad siciliana a Pisa, pero todos los intentos fueron inútiles. Entonces, la santa imagen es transportada sin resistencia a la iglesia del convento de las Carmelitas ubicado fuera de las murallas de la ciudad.
Ahora sí no cabe duda de que este lugar, y no otro, es el elegido por la Santísima Virgen. De hecho, todavía hoy está allí, en la iglesia de la Santísima Anunciada (Santissima Annunziata) en Trapani, donde derrama sus bendiciones sobre la ciudad, la isla y los peregrinos.
Artículo adaptado de: La Virgen María de viaje