Era un hombre de Dios, famoso por las maravillas, los prodigios y milagros que Dios obró a través de él. San Livino, procedente de una familia noble y poderosa de Escocia, nació a finales del siglo VI.
Un día, durante las fiestas de Pentecostés, el padre de Livino, acompañado de los poderosos señores de la corte, condujo a su hijo de nueve años a un monasterio erigido bajo la advocación de la Santísima Virgen, para asistir al oficio divino y recibir la Santa Eucaristía.
En el camino, vieron arrastrar hacia el oratorio de María a dos individuos atados y poseídos por el demonio, uno de los cuales había asesinado a tres personas, entre ellas, dos mujeres; y el segundo, a sus propios hijos, así como a su desafortunada madre. Conmovido por este espectáculo, como por el destino reservado a esta gente desafortunada, Livino le suplicó a su padre que tuviera la bondad de detenerse un momento. "Permíteme —dijo— implorar contigo la bondad de Dios Todopoderoso, para que por nuestra intercesión se digne manifestar su gloria”. (…) Entonces, sin mostrar el menor temor y animado por el espíritu de fe que mueve montañas, según la expresión de Nuestro Señor, el joven Livino extendió sus manos sobre la cabeza de los poseídos y pronunció estas nuevas palabras: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dejen que todas las trampas del diablo se aparten de ustedes y sean glorificados como vasos escogidos para ser la morada del Espíritu Santo”.
En ese mismo instante, un humo espeso y negro salió de la boca y fosas nasales de estos miserables esclavos del demonio, así como una gran cantidad de moscas que desaparecieron en el aire. Liberados de los espíritus malignos, estos hombres fueron convertidos por el santo niño, que los armó con la cruz de Jesucristo.
Adaptado de: E. Lefranc, Robert, 1856. Histoire de saint Liévin, archevêque et martyr (Historia de san Livino, arzobispo y mártir), Arras