18 de julio – Canadá: Consagración de Canadá a la Sagrada Familia (1666)

Lo que marca la belleza de Maria

© Wojciech Pysz, CC BY-SA 3.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/>, via Wikimedia Commons
© Wojciech Pysz, CC BY-SA 3.0 , via Wikimedia Commons

Nuestro vínculo con la Virgen María no es abstracto. No puede serlo, ya que en ella se encarnó Dios. El milagro de Nazaret, en cierto modo, se repite cuando ella nos enseña a recibir a Jesús.

Cada uno tiene su propia “historia mariana”, que a menudo se relaciona con cosas muy concretas: lugares de peregrinación, celebraciones litúrgicas, eventos, imágenes. Personalmente, he aprendido mucho mirando los vitrales en donde ella aparece. Pienso en un vitral excepcional, poco conocido y para mi gusto el más hermoso, el de la Trinidad en Vendôme (Francia). Es majestuoso, con una majestuosidad sin exageraciones. Ahí la Virgen parece atraída hacia el Cielo. Como una reina, está entronizada. O más bien, se ofrece como trono para el Niño Jesús a quien lleva en su regazo: la Reina es también la humilde sierva del Señor. Ella es el Trono de la Sabiduría.

Los vitrales son como parábolas. Cuando la luz del sol atraviesa un vitral, revela su belleza. Lejos de alterar los colores, permite que los pigmentos del vidrio alcancen su máximo potencial. Su luz hace que los colores jueguen e incluso vibren. Sus elementos parecen trasfigurados. Lo mismo sucede cuando todo nuestro ser está expuesto al gran sol de Dios. Esto es lo que sucedió perfectamente, e incluso de manera única, en María, a la que la Iglesia llama justamente la Inmaculada. Por eso a la liturgia le gusta referirse a su belleza. Asimismo, a los vidrieros y a los escultores de la Edad Media.

En definitiva, lo que marca la belleza de María es que ella quiere compartirla; no hace de ella un privilegio para distinguirse de los demás. Por eso intercede por nosotros, nos entrena, nos acompaña en nuestro camino aquí abajo. Y por eso me encanta contemplarla en el vitral de la Trinidad.

Al verte, Virgen María, hermosa, santa y alegre, veo lo que Dios nos llama a hacer, lo cual es el sello de la belleza de María.

Padre Henri de l’Epervier 

Sacerdote de la diócesis de París, miembro de la Comunidad Aïn-Karem, párroco de la parroquia de Santa Ana de la Butte-aux-Cailles (París, distrito 13).

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