La Virgen María lleva una vida oculta, en una ciudad humilde, en una casa aún más humilde, tanto más contenta con su situación discreta y su pobreza, cuanto más libremente puede elevar su espíritu a Dios y adherirse a este Bien supremo y amado por sobre todas las cosas (...)
Cuanto más admira la sublime elevación de su dignidad y da gracias por ella a la bondad del Dios poderoso y misericordioso, tanto más se sumerge en su humildad, sin atribuirse ninguna virtud, y se apresura a proclamarse sierva del Señor, mientras se convierte en su Madre.
Papa Léon XIII, extracto de su carta encíclica Magnae Dei Matris, sobre el Rosario)