El padre Renaud Saliba, rector del santuario de Pontmain, lugar de una aparición mariana en 1871, en la diócesis de Laval, nos da algunas explicaciones sobre el significado particular del mes de María.
Es difícil decir con precisión por qué el mes de mayo se asocia con la Virgen María. El mes de mayo no incluye tradicionalmente una gran fiesta mariana como los meses de agosto o diciembre. Solo después de la reforma litúrgica de 1969 se ha comenzado a celebrar la Visitación el 31 de mayo. Por tanto, no debemos buscar una explicación por el lado del ciclo litúrgico, sino en relación con el ciclo de las estaciones. En Europa, mayo es el mes de las flores, el mes en el que la primavera se manifiesta con toda su vitalidad.
Así, a partir del siglo XIII, el rey de Castilla (España) Alfonso X el Sabio (1221-1284) asoció en uno de sus poemas la belleza de María a la del mes de mayo. En el siglo XIV, el fraile dominico Henri Suso (1295-1366) había adquirido la costumbre de decorar las estatuas de María el 1 de mayo con coronas de flores, por lo que es muy probable que exista un vínculo entre la belleza de la flora que se despliega en el mes de mayo y nuestra Madre del Cielo, la bella Señora, como la llamamos aquí en Pontmain.
Fue en Roma, a finales del siglo XVI, donde surgió la costumbre de dedicar los 31 días de mayo a orar a María de forma particular. San Felipe Neri (1515-1595), por ejemplo, reunió a los niños alrededor del altar de la Santísima Virgen en la Chiesa Nuova (Iglesia Nueva) y les pidió que ofrecieran a la Madre de Dios flores de primavera, símbolo de las virtudes cristianas que también florecerían en su vida cristiana.
El mes de María es, por tanto, desde el principio, no solo un hermoso acto de piedad hacia la Virgen María, sino también un compromiso de santificarse día tras día. En los siglos XVII y XVIII, los jesuitas hicieron mucho para difundir esta devoción por toda Italia. Recomendaron que, en la víspera del 1 de mayo, en cada casa, se erigiera un altar a María, decorado con flores y luces; se invitara a la familia a reunirse para rezar en honor a la Santísima Virgen y se sacara una tarjeta indicando la virtud que se pondría en práctica al día siguiente. Al aprobar esta devoción en 1815, el papa Pío VII (1742-1823) permitirá su amplia difusión en toda la Iglesia.