Si alguien piensa que la misión profética de Fátima ha terminado, está muy equivocado. Aquí revive ese plan de Dios que desafía a la humanidad desde sus orígenes: “¿Dónde está tu hermano Abel? (...) ¡La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra!” (Gn 4,9). El hombre pudo iniciar un ciclo de muerte y terror, pero no lo pudo detener.
En las Escrituras, con frecuencia Dios aparece buscando a los justos para salvar a la ciudad y eso es lo que ocurre en Fátima, cuando Nuestra Señora pregunta: “¿Quieren ofrecerse a Dios para asumir todos los sufrimientos que él quiera enviarles, en reparación por los pecados con los que se le ofende y en intercesión por la conversión de los pecadores?” (Memorias de sor Lucía, I, pág.162).
A la familia humana, dispuesta a sacrificar sus más santos lazos en el altar del mezquino nacionalismo, de la raza, de la ideología, del grupo, del individuo, nuestra bendita Madre ha venido desde el Cielo a poner en el corazón de quienes se encomiendan a ella, el amor de Dios que arde en el de ella.
Papa Benedicto XVI, Homilía en la explanada del santuario de Fátima, 13 de mayo de 2010 (extractos).