“Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús al Templo. (…) Estaba ahí una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada. (…) Presentándose en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc 2,21; 36-38).
La búsqueda del Rey de los judíos por parte de los Reyes Magos, ¡ahora cobraba sentido! Herodes y toda la ciudad quedaron muy perturbados: la interpretación astrológica reforzó de pronto un rumor alarmante para el poder establecido.
Se convocó a especialistas para averiguar dónde nacería el Niño Rey: el que es el “Pan de vida” (pero eso, en ese momento, nadie podía adivinarlo). Sin embargo, sin siquiera levantar la vista del Libro, los masoretas1 afirmaron que el lugar designado era la “Casa del Pan”, en hebreo, “Beth Lehem”. De hecho, Miqueas había profetizado y Mateo lo cita: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo Israel” (Mt 2,6) e incluso, en el texto original, Miqueas insistió: "de ti sacaré al que ha de ser el gobernador de Israel; sus orígenes son antiguos, desde tiempos remotos” (Mi 5,1).
“Desde tiempos remotos”. Es a esos tiempos que se remonta el Verbo que se encarnó en María, según el saludo que repetimos: ¡Ave María!
1 Los masoretas —del hebreo ba'alei hamassora, "maestros de la tradición"— son los custodios de la Masorah, la tradición de transmitir fielmente el texto de la Biblia hebrea, así como sus matices de pronunciación y vocalización, en un momento en que los idiomas en los que se escribió la Biblia se habían vuelto ya idiomas muertos.
Profesor Jérôme Lejeune, genetista.