La oración del Rosario es, después de la sagrada liturgia de la Eucaristía, la que mejor nos introduce en el misterio íntimo de la Santísima Trinidad y de la Eucaristía, y la que mejor nos ayuda a vivir la fe, la esperanza y la caridad. Es el pan espiritual de las almas. El que no ora, se seca y muere. Es en la oración donde encontramos a Dios y es en este encuentro donde Él nos comunica la fe, la esperanza y la caridad, virtudes sin las cuales no podremos llegar al Cielo.
El Rosario es la oración de los pobres y de los ricos, de los sabios y de los ignorantes: quitar esta devoción a las almas es quitarles el pan espiritual de cada día. Es ella la que mantiene la pequeña llama de la fe que aún no se apaga en muchas conciencias. Incluso para aquellas almas que lo rezan sin meditar, el simple hecho de tomar su rosario para rezar ya es recordar a Dios y lo sobrenatural. El simple recordatorio de los misterios en cada decena es más que un rayo de luz para sostener la mecha que aún humea en las almas.
¡Por eso el demonio le hizo semejante guerra! (…) Tengo una gran esperanza de que no esté lejos el día en que la oración del santo Rosario sea declarada oración litúrgica. Sí, porque forma parte integral de la sagrada liturgia eucarística. Oremos, trabajemos, sacrifiquémonos y tengamos confianza: “¡al final, mi Corazón Inmaculado triunfará!”.