Esta es la oración del discurso de apertura del Concilio de Éfeso en el 431, pronunciada por san Cirilo de Alejandría (376-444), Patriarca de esa ciudad en el 412. En él proclamó la maternidad divina de la Virgen llamándola Theotokos, esto es, Madre de Dios:
Dios te salve, María, Madre de Dios y siempre Virgen.
Con cuánto agrado veo el encuentro de los santos que, invitados por la gloriosa María, Madre de Dios y siempre Virgen, ¡han venido aquí con premura! (…) Dios te salve, María, Madre del Salvador; salve, venerable tesoro de todo el Universo, lámpara que nunca se apaga, corona de la virginidad, cetro de la sana doctrina, templo indisoluble, hogar de Aquel a quien ninguna habitación puede contener, Madre y Virgen, por quien es llamado bendito, en los santos Evangelios, el que viene en nombre del Señor.
Te saludo, tú que en tu seno virginal has encerrado lo inmenso, lo incomprensible; Tú, por quien la Santísima Trinidad es glorificada y adorada; por quien la preciosa cruz del Salvador es exaltada y venerada en toda la Tierra; por quien el Cielo triunfa, los ángeles se regocijan, los demonios huyen; por quien el tentador es vencido y el hombre culpable es elevado al Cielo.
Salve, por quien el conocimiento de la verdad está establecido sobre las ruinas de la idolatría; Tú, por quien los fieles han obtenido el Bautismo y son ungidos con el óleo de la alegría; por quien todas las iglesias del mundo fueron fundadas y las naciones sometidas a penitencia; por medio de ti, finalmente, el Hijo de Dios, la Luz del mundo, ha iluminado a los que estaban en tinieblas y se sentaban en sombras de muerte; por ti, los profetas predijeron el futuro; por ti, los apóstoles proclamaron la salvación a las naciones; por ti, los muertos resucitaron; y, por ti, los reyes sostienen su imperio. Que así sea”.
San Cirilo de Alejandría (376-444)