Me conmovió particularmente su correo electrónico de esta mañana, verá por qué.
El 24 de junio de 2017, conducía una motocicleta por un camino rural bastante llano y recto, seguido por dos amigos motociclistas. A 200 metros de una intersección, vi un automóvil que se acercaba por la izquierda y reduje la velocidad. Como el auto se detuvo, retomé mi velocidad inicial, 90 km/h, pensando que el conductor me había visto.
Cuando estaba a solo unos 30 metros, el auto arrancó sin prestarme atención. El impacto fue inevitable y apenas tuve tiempo de poner el freno que lanzó mi motocicleta hacia adelante. Golpeé el auto de frente y fui catapultado a 3 o 4 m de altura, según los amigos que me seguían.
Mientras «volaba» escuché una voz que me decía: «No te preocupes, yo te doy la mano». Me relajé por completo y fui a dar al asfalto del otro lado del auto, sin perder el conocimiento. Inmediatamente moví los dedos de los pies y de las manos: la médula espinal no sufrió daños; sin embargo, me obligué a no moverme hasta que llegara la ayuda (35 minutos en pleno sol de Provenza con 34° C bajo sombra). Me atendieron los bomberos y les pedí a mis amigos que me pasaran el rosario que llevo siempre en mi motocicleta. Así pude dar gracias al Señor a través de su Madre en la camioneta que me llevó al hospital ante la mirada atónita de los socorristas. No entendían por qué parecía tan lleno de alegría después de un accidente tan fuerte.
Mi caso es un milagro. Por supuesto, salí con algunos huesos rotos, pero no tuve que operarme ni perdí una gota de sangre. La motocicleta quedó hecha chatarra y el automóvil gravemente averiado. Mi cuerpo, en cambio, estaba intacto. Llegué a mi casa esa misma noche, tras pedirle a mi esposa que no cancelara la pequeña fiesta que habíamos planeado con amigos. ¡Todos me esperaban en casa y alrededor de las 11:00 p. m. celebramos este «milagro»!
Emmanuel, testimonio enviado a la Asociación Marie de Nazareth, el 21 de septiembre de 2021.