Santa María, Virgen de la espera, danos tu aceite, porque nuestras lámparas se están apagando. Mira, nuestras reservas se consumen. No nos envíes donde otros comerciantes.
Enciende de nuevo en nuestras almas los viejos ardores que nos quemaban por dentro, cuando poco necesitábamos para estremecernos de alegría: la llegada de un amigo lejano, el rubor de la tarde después de la tormenta, el crujir de la leña que en invierno velaba hasta nuestro regreso a casa, el repique de las campanas en los días festivos, la llegada de las golondrinas en primavera, el tierno y misterioso redondearse del vientre materno, el olor que despedía la lavanda cuando preparábamos una cuna. Si hoy ya no sabemos esperar, es porque nos faltan las esperanzas. Sus fuentes se han secado.
Estamos sufriendo una profunda crisis de deseo. Y, ahora satisfechos con los mil sustitutos que nos asaltan, nos arriesgamos a no esperar nada más, ni siquiera las promesas sobrenaturales que han sido selladas con la sangre del Dios de la Alianza. (…)
Santa María, Virgen de la espera, danos el alma de un vigía. Habiendo llegado al umbral del tercer milenio, lamentablemente nos sentimos más hijos del crepúsculo que profetas del Adviento. Centinela de la aurora, despierta en nuestros corazones la pasión por las nuevas noticias para llevarlas a un mundo que ya se siente viejo. (…) Frente a los cambios que sacuden la historia, permítenos sentir los escalofríos de los inicios en nuestra piel. Haznos entender que no basta con acoger: hay que esperar. Acoger es a veces un signo de resignación. Esperar es siempre un signo de esperanza.
Haznos ministros de la espera. Cuando venga el Señor, Virgen del Adviento, que nos sorprenda, gracias a tu maternal complicidad, lámpara en mano.
Monseñor Tonino Bello (1935-1993), obispo de Ruvo di Puglia (Italia), de 1982 a 1986, y luego obispo de Molfetta, de 1986 hasta su muerte
Ver también: Prière de Mgr Tonino Bello