En un sermón para el día de Navidad, san Agustín habla de Dios que conserva a María virgen en el parto:
Gocémonos, hermanos míos; que la gente se estremezca de alegría y gozo. ¡No es este sol visible, sino su Creador invisible quien hizo de este día un día sagrado para nosotros cuando, haciéndose visible por nuestro amor, el Creador invisible de su Madre nació de su vientre fértil ¡sin dañar su pureza virginal! Porque permaneció Virgen al concebir a su Hijo, Virgen al dar a luz, Virgen al cargarlo, Virgen al alimentarlo con su pecho, Virgen siempre.
(...) El Verbo creó así una Madre permaneciendo en el seno de su Padre y, habiendo nacido de ella, no dejó de permanecer en Él. ¿Y cómo pudo dejar de ser Dios haciéndose hombre, ya que le concedió a su Madre no dejar de ser Virgen, mientras daba a luz?
Además, al hacerse carne, el Verbo no pereció, no se transformó en carne; es la carne la que se une al Verbo para no perecer (1).
Y también:
Seguirás siendo Virgen [el ángel le respondió a María], solo cree en la verdad, guarda tu virginidad, incluso recibe aquello que la completará. Siendo íntegra tu fe, tu virginidad permanecerá impecable (2).
San Agustín († 430)
(1) San Agustín (1868). “Sermón 186, 1.1 del día Navidad III”, en Œuvres complètes de saint Augustin (Obras completas de san Agustín), tomo 7, pp. 154-155. Bar le Duc: Editions L. Guérin.
(2) San Agustín (1868). “Sermón 291, 5” en Œuvres complètes de saint Augustin (Obras completas de san Agustín), tomo 7, p. 443. Bar le Duc, Editions L. Guérin.
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