Este "Da a conocer mi gloria" es asombroso porque está unido a la Virgen María. ¡Podríamos objetar que la gloria es ante todo la gloria de Dios! Si vamos a ser apóstoles, ¡debemos ser de la gloria de Dios!
Ahora, en Pellevoisin, la Virgen María le dijo a Estela: "Da a conocer mi gloria", es decir, "Sé testigo del amor con el que vivo, con el que estoy iluminada”. Estela recibe, pues, esta misión, no solo para acoger en su corazón todo el amor del Señor que María le presenta, le da y le revela, sino también para ser testigo de ello para el mundo de hoy: “Da a conocer mi gloria”.
Estela es una pecadora, como todos nosotros, y aún no era plenamente consciente del dolor, de la ofensa que le estaba haciendo a Dios. En la segunda aparición, de repente se da cuenta. Entonces se arrepiente y parece perder la esperanza, pues cree que su falta es tan grave, que no puede ser perdonada. Fue entonces cuando la Virgen María le dijo, "Soy toda misericordiosa", y le explica que Dios quiere perdonar nuestro pecado hasta el final y que, por tanto, no teme nuestra miseria, ni la culpa de Estela. Al contrario, quiere aprovechar esa falta para que Estela recupere la confianza.
María llega a visitar a Estela para enseñarle cómo crecer en la fe, la esperanza y la caridad. Como educadora, educa a Estela en el amor. Eso es estar en la escuela de María. Durante las quince apariciones, las declaraciones de la Virgen María a Estela son numerosas, pero Estela las acoge como un consejo que la ayudará a tener más confianza en Dios y en su misericordia infinita. María educa a Estela para que no ponga límites a su confianza. Esta es la gran pedagogía de María en Pellevoisin: enseñarnos a no soltar su mano y a confiar en ella en todas las circunstancias.
La Virgen María le revela a Estela el escapulario, es decir, le permite descubrir que lo que María tiene más preciado en su vida es el Corazón de Jesús. (...) El escapulario es el Corazón de Jesús que viste al Corazón de María. Revestirse del escapulario —ya que María nos ofrece este pequeño medio, este pequeño signo— es, por tanto, decir al Señor que, como María, queremos revestirnos de todo el amor de Cristo.