La primera razón del gran amor que María tiene a los hombres es el gran amor que tiene a Dios. "Y nosotros hemos recibido de él este mandamiento —dice San Juan—: quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4,21). Por tanto, si entre los espíritus bienaventurados no hay nadie que supere a María en el amor a Dios, no encontramos ni podemos encontrar a nadie que, después de Dios, nos ame más que esta Madre amorosa.
¿Por qué nuestra Madre celestial nos quiere tanto?
Porque, en el momento de expirar, su amado Hijo Jesús nos confió a su cariño maternal. Como hemos visto, todos los hombres y mujeres están representados en la persona de san Juan cuando Jesús le dijo, "Mujer, aquí tienes a tu hijo" (Jn 19,26).
Además, somos hijos queridos hasta el extremo por María, porque le hemos costado un dolor inmenso. Las madres son así.
Un día, san Alfonso María de Ligorio se encontraba frente a una imagen de María y, sintiendo que su corazón ardía de amor por Ella, no pudo evitar decirle: “Madre amantísima, sé que me amas, pero no tanto como yo te amo”. Entonces María, como ofendida por este delicado detalle de amor, le respondió utilizando esta imagen: "¿Qué estás diciendo, Alfonso, qué estás diciendo? ¡Mi amor por ti pesa más que tu amor por mí! Debes saber que hay menos distancia entre la Tierra y el Cielo que entre tu amor y el mío” (Zaninus, Vita, II, 12).
Síntesis de F. Breynaert