Después de luchar con su mala salud, mi querida tía, la hermana de mi padre, falleció en paz. Como soy su sobrino y el único sacerdote de la familia, fui invitado a celebrar su Misa fúnebre. Lo que hice con todo mi corazón.
Un taxista me recogió en el monasterio. De camino a la funeraria, entablamos conversación. En un momento el conductor se volvió hacia mí y me dijo: “Sabe, padre, es muy triste que hoy pocos sacerdotes quieran rezar el Rosario conmigo cuando los llevo a la funeraria y luego a la iglesia. En el pasado, los sacerdotes solían rezar el Rosario conmigo en los funerales".
Su reclamo de corazón y su confidencia me conmovieron profundamente. ¡Tenía razón! ¿Qué derecho tenía yo de no compartir la hermosa oración del Rosario con este hermano? Entonces le dije, suave pero resueltamente: “¿Quieres rezar el Rosario conmigo?”. Inmediatamente, el rostro del hombre se iluminó con gozo celestial. "¡Con gusto, padre!", me dijo e inmediatamente comenzamos el Rosario.
Durante el viaje logramos rezar un Rosario completo. Y de camino a la iglesia, rezamos el segundo. Al final del segundo Rosario, me dijo: “Padre, ¿puede confesarme?”. Después de confesarse me dijo: "Hoy me siento feliz. ¡Hace mucho tiempo que no me confesaba! ¡Ahora voy a poder recibir la Sagrada Comunión en la Misa fúnebre!”.
Esta experiencia pastoral me enseñó cuán cierto es que ¡al rezar el Rosario, María, Madre de Dios y Madre Nuestra, nos lleva a Jesús! ¡María es la verdadera Madre de la reconciliación!
Testimonio enviado desde Malta a Un minuto con María por un lector de lengua inglesa, el padre Mario Attard, OFM Cap (febrero 2021)