Toda tierra cristiana es tierra mariana y no hay pueblo redimido por la sangre de Cristo al que no le guste proclamar a María como su madre y patrona. Sin embargo, esta verdad adquiere un relieve sorprendente cuando se evoca la historia de Francia.
El culto a la Madre de Dios se remonta a los orígenes de su evangelización y, entre los santuarios marianos más antiguos, el de Chartres aún atrae a peregrinos en gran número y, entre ellos, a miles de jóvenes. La Edad Media que, con san Bernardo en particular, cantó la gloria de María y celebró sus misterios, vio la admirable floración de sus catedrales dedicadas a Nuestra Señora: Le Puy, Reims, Amiens, París y tantas otras ...
Esta gloria de la Inmaculada, la anuncian desde lejos con sus flechas espigadas, la hacen brillar a la luz pura de sus vitrales y la armoniosa belleza de sus estatuas; sobre todo, dan testimonio de la fe de un pueblo que se eleva por encima de sí mismo en un impulso magnífico para trazar en el Cielo de Francia el homenaje permanente de su piedad mariana. En las ciudades y en el campo, en lo alto de las montañas o sobre el mar, los santuarios consagrados a María —capillas humildes o espléndidas basílicas— han cubierto paulatinamente al país con su sombra tutelar.
Príncipes y pastores, innumerables fieles, han acudido allí a lo largo de los siglos a la Santísima Virgen, a quien recibieron con títulos que expresaban su confianza o agradecimiento. Aquí invocamos a Nuestra Señora de la Misericordia, de la Buena Ayuda o del Buen Socorro; allá se refugia el peregrino con Nuestra Señora de la Guardia, de la Piedad o del Consuelo; en otros lugares, su oración se eleva a Nuestra Señora de la Luz, de la Paz, de la Alegría o de la Esperanza; o implora a Nuestra Señora de las Virtudes, Milagros o Victorias.
Una admirable letanía de advocaciones, cuya lista interminable narra, de provincia en provincia, las bendiciones que la Madre de Dios ha derramado a lo largo de los siglos sobre el suelo de Francia.
Papa Pío XII (1876-1958)
Extractos de su carta encíclica Le pèlerinage de Lourdes (La peregrinación a Lourdes), del 2 de julio de 1957.