“Que el Rosario vuelva a ser la oración habitual de esta iglesia doméstica que es la familia cristiana”, fue el deseo expresado por san Juan Pablo II, como lo recuerda el padre Hubert Lelièvre, fundador de Familia Misionera del Evangelio de la Vida hace 20 años y delegado episcopal para la familia en la diócesis de Aviñón.
El mismo prelado desea que la lectura de estas palabras de Juan Pablo II restablezca la “audacia” y la “sencillez” para que sacerdotes y obispos no duden en “rogar” a los bautizados que recen el Rosario, lo cual también sería una forma de "hacernos la vida más fácil, ya que Nuestra Señora se ocuparía de nuestros problemas".
San Juan Pablo II conocía el poder de la oración mariana, capaz de cambiar el curso de la historia, frustrar planes de guerras y masacres, silenciar la locura de las armas. Tocar, ablandar el corazón mismo de la persona, incluso de la más llena de orgullo y autosuficiencia. Él conocía bien las innumerables intervenciones de la Virgen a lo largo de la historia, la cual venía a salvar a los cristianos que, de rodillas, suplicaban con confianza y perseverancia su ayuda. Sabía cuántas veces Nuestra Señora había salvado a la humanidad de caer en el abismo, el vacío y la autodestrucción.
San Juan Pablo II tuvo la certeza de que Nuestra Señora puede, desea e incluso quiere intervenir para salvar a su pueblo pecador, llevándolo al Cielo. Solo tenemos que implorarle, pedirle, dejarle tomar la iniciativa
Sí, es “por María, con ella, en ella, que vendrá la victoria”, como escribió san Luis María Grignion de Montfort. Déjala hacerlo. De rodillas, imploremos, rosario en mano. Confiemos. ¡Entonces experimentaremos cuán bueno es Dios!
Adaptado de Zenit.org, edición francesa, 5 de mayo de 2015.