No se puede ser misionero sin darle gran importancia a la oración en la vida. De hecho, ella marcará el ritmo de nuestras actividades, nos dará alegría e incluso nos dará una mano en tiempos de prueba. Entonces, ¿por qué no recurrir a María, la reina de la intercesión?
Siendo el apoyo de todos los que se ponen bajo su protección, la Santísima Virgen también intercede ante Jesús por nosotros y acompaña a quienes le son devotos. Rezando avemarías, rezando fielmente el Rosario y pronunciando el Ángelus, ¡crece la fe y la esperanza del cristiano! Porque incluso en las dificultades Nuestra Señora nos acompaña y tranquiliza con la oración. ¿Qué mejor manera de iluminar nuestra vida, que permitir a la ternura de nuestra Madre celestial entrar en nuestro corazón?
María mira con cariño a cada uno de sus hijos, que toma bajo su manto. Ella hace la voluntad de Dios con benevolencia. Con amor crió al Niño Jesús para que cumpliera su misión en la Tierra. Entonces, ahora es nuestro turno: siguiendo su ejemplo y siguiendo sus pasos, debemos cuidar de los demás. A nosotros, cristianos bautizados, nos corresponde cuidar cada vida como un tesoro y ayudarlas a florecer bajo la conmovedora mirada de María.
Esta misión tan simple la puedes realizar a diario, tanto en tu trabajo como con quienes te rodean. Al tomar a los más frágiles bajo su manto, el cristiano vive su misión de bautizado en unión con María, la cual guía sus pasos. El cristiano observa esta disciplina tan hermosa que la Virgen lleva dentro: la disciplina del amor.
Sixtine Waché, adaptado de: Aleteia