El Magníficat es el cántico de María y el himno de los pobres de Dios.
En los primeros versículos, María habla de sí misma, de su alegría, humildad y dicha, que todas las generaciones proclamarán en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Luego reúne a su alrededor, en cierto modo, a todos los que veneran al Señor y que son también objeto de su misericordia.
El mismo Dios, cuyo nombre es santo, hizo grandes cosas por María e hizo "cosas grandes” con su brazo por los humildes. María no separa lo que Dios hizo por ella y lo que hizo por los descendientes de Abraham, por todos los que viven por la fe. Se siente miembro del Pueblo de la Alianza: es sierva, miembro del pueblo de Israel servidor y lo que Dios ha logrado a través de ella es la misericordia para todos los que tienen sed de luz y vida.
Este reflejo de María, que se extiende por el pueblo de los santificados, es para nosotros, en la vida consagrada, una rica fuente de enseñanzas.
Si hemos elegido una llamada de Jesús, una vida de humildad y servicio; si durante nuestra oración esperamos el momento en que Dios nos mire; si nos ofrecemos pobremente al fuego del Espíritu y si entramos con valentía "bajo su sombra", es en nombre de todos los que buscan a Dios, por la paz de todos aquellos a los que Dios ama. Y las grandes cosas que Dios hace por nosotros en secreto, donde solo él puede ver y operar, están ordenadas a la felicidad de todo un pueblo, a la santidad de toda la Iglesia, a la salvación del mundo entero.
El lugar donde nos ha plantado el Señor, concretamente el monasterio que recibió nuestros votos, bien puede sorprendernos a veces, por la mezcla que nos ofrece de grandeza y límites, de fidelidades y miserias. El monasterio también está, sin embargo, habitado por una vocación a lo universal, y esta responsabilidad universal es para cada monasterio el antídoto contra todas las tristezas y todas las dobleces, porque "el mundo está en llamas" (Teresa de Ávila) y el tiempo para amar se acaba.
Como María, exultante, el Carmelo se coloca en el centro de la Iglesia, en el corazón del mundo por salvar. Como María sierva, el Carmelo asume en su oración toda la esperanza del pueblo del “sí”. Como María “bendita”, cada carmelita acoge con humildad las cosas grandes que Dios sigue haciendo en él, en su misericordia por el mundo que ama.
En la escuela de María, el Carmelo aprende la compasión. En Nazaret el Carmelo aprende el lenguaje de la cruz y la oración universal.
Jean Lévêque, carmelita de la provincia de París