Por medio del Rosario, ¿no podemos hoy esperar superar la inmensa indiferencia de un mundo sin esperanza?
A través del Rosario, podemos obtenerlo todo. Según una hermosa comparación, es una larga cadena que conecta al Cielo con la Tierra: un extremo está en nuestras manos y el otro en las de la Santísima Virgen.
No hay oración más agradable a Dios que el Rosario. Por eso, la Iglesia nos invita a rezarlo todas las noches, en este mes de octubre, ante Jesús realmente presente y expuesto en el altar.
El Rosario, rezado y meditado lentamente en familia, en comunidad o individualmente, nos acercará poco a poco a los sentimientos de Cristo y de su Madre, evocando todos los acontecimientos que son la clave de nuestra salvación (homilía de Juan Pablo II, 6 de mayo de 1980).
También puede ser el momento para comenzar la práctica de los primeros cinco sábados del mes, solicitada por Nuestra Señora de Fátima.
En cada una de sus seis apariciones, la Virgen de Fátima viene a revelarnos que el Rosario, lejos de ser una devoción secundaria y opcional, es la condición más común para obtener infaliblemente todas las gracias que le pedimos.
Sí, Ella es la mediadora de todas las gracias, con el beneplácito de su Hijo. Pero este torrente de favores que conserva en su corazón, no quiere darlo a nuestras almas, familias, países y, en definitiva, al mundo, sino como respuesta al ruego humilde y suplicante por los innumerables Rosarios rezados.
La decadencia de nuestro mundo es sin duda consecuencia de la falta de oración. Por ello, anticipándose a esta desorientación, la Virgen recomendó con tanta insistencia el rezo del Rosario. Y como el Rosario es, después de la santa liturgia eucarística, la oración más adecuada para preservar la fe en las almas, el demonio desató su lucha contra él.
“El Rosario es el arma más poderosa para defendernos en el campo de batalla” (carta de la Hna. Lucía de Fátima a un sacerdote, 26 de noviembre de 1970).
Adaptado de: Journal