“Solo el Rosario puede cambiar el curso de la Historia”, dice la Virgen María, Madre de Dios, en sus mensajes urgentes a la Humanidad, a lo largo de los siglos. En la tradición de la Iglesia, el mes de octubre está especialmente dedicado al Rosario, es decir, a la oración a María.
En efecto, ya hay un mes dedicado a Nuestra Señora, el mes de mayo, durante el cual le expresamos todos los sentimientos de nuestro afecto filial, nuestra confianza y nuestro más profundo respeto. Pero en este mes de octubre, la Iglesia venera especialmente a María como la que nos obtiene victorias en las situaciones más difíciles.
Ya en tiempos de santo Domingo, en 1213, fue gracias al Rosario que se ganó la batalla de Muret, encabezada por Simón de Montfort, contra el ejército albigense (es decir, la peligrosa herejía cátara).
Nuevamente, gracias a la oración del Rosario, el papa san Pío V, dominico, obtuvo la victoria sobre los turcos en Lepanto, el 7 de octubre de 1571. Por eso instituyó en esa fecha la festividad de Nuestra Señora del Santo Rosario, también llamada Nuestra Señora de las Victorias.
A través del Rosario, una vez más, el papa Inocencio XI obtuvo en 1683 la liberación de Viena, Austria, de la amenaza siempre viva del Islam. Gracias al Rosario, se obtuvo una nueva victoria contra los turcos frente a Belgrado en 1716 y esto es lo que hizo al papa Clemente XI extender la fiesta del santo Rosario a la Iglesia universal. A través del Rosario, san Luis María Grignion de Montfort forjó el espíritu cristiano de la región de la Vendée (Francia) en el siglo XVIII.
Es de nuevo el rezo del Rosario lo que la Virgen de Fátima en Portugal, en 1917, pidió con sinceridad para salvar a las almas del infierno. La victoria del Marne en las cercanías de París, durante la Primera Guerra Mundial, el 18 de julio de 1918, fue reconocida como una victoria de Nuestra Señora. Otra victoria se obtuvo gracias al rezo del Rosario: la liberación de Austria de la amenaza comunista en 1947.
Así, el Rosario es el arma de las batallas de Dios, un arma muy pacífica, recibida por santo Domingo de manos de María. En todo momento ha sido instrumento de corazones apostólicos.
Mientras se rece el Rosario, Dios no podrá abandonar al mundo, porque esta oración es poderosa ante su corazón. Es como la levadura que puede regenerar la tierra. La dulce Reina del Cielo no puede olvidar a sus hijos que sin cesar le entonan alabanzas.
Adaptado de: Journal