Soy un jubilado activo y el confinamiento nos llevo a mi esposa y a mí a estar cara a cara en nuestra casa, lo cual era bastante raro. No sufrimos el aislamiento, al contrario: nos acercamos cada vez más a nuestra hija menor.
Todos los días en nuestra pantalla de televisión seguimos las laudes, la Misa, luego el Rosario de Lourdes y, finalmente, las oraciones de alabanza de la noche. Este período fue de mucha oración para nosotros, en una calma monástica que nos venía bien.
Durante este mes de mayo, al final del confinamiento, entendí que la voz suave de María me pedía organizar un Rosario todos los días en nuestra parroquia, para no dejar a su Hijo solo en el sagrario y para que la iglesia estuviera ocupada diariamente recibiendo a las personas que llegaran a rezar o a pedir gracias.
Desde entonces, el Rosario se ha rezado todos los días a las 17.30 horas para gran alegría de los feligreses y de nuestro sacerdote que, como resultado, celebra la Misa todos los días después del Rosario.
Actualmente somos unas quince personas que acudimos regularmente. Rezamos el Rosario en francés, portugués, vietnamita, tamil y en kikongo ante la estatua de santa Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz, que debe estar encantada con esta diversidad de oraciones, ya que es la patrona de los misioneros.
Hemos recibido varios agradecimientos por las oraciones de sanación y continuamos con alegría esta misión beneficiosa para todos. Aprovechamos para hacer las novenas que nos proponen y para rezar por las intenciones a favor del mundo que nos envían.
D.H.: Testimonio de un lector recibido por la Asociación Marie de Nazareth (agosto 2020)