La presentación de María en el Templo nos enseña varias cosas sobre la piedad mariana. La primera tienen que ver con la naturaleza de los vínculos de la Virgen con Dios. María siempre le ha dado prioridad en su vida. En es la razón de su virginidad. María es virgen porque prefirió a Dios sobre todo lo demás. Su vida en el Templo aumentará su intimidad con el Altísimo, hasta el punto de que se convertirá en la encarnación perfecta de Sion, es decir, la ayuda que Dios eligió para cumplir su plan redentor.
Porque, antes de convertirse en Madre del Mesías, María será la amiga predilecta de la Trinidad. ¡Una amistad que conducirá a una extraordinaria fecundidad! De hecho, más tarde se convertiría en la Madre del Hijo Encarnado, ¡pero también en la Madre de los miembros de la Iglesia! Un misterio consolador para quienes, sin poder tener hijos, son llamados por Dios a una fecundidad espiritual igual de importante, si no es que más, que la reproducción biológica. ¡La presentación de la Virgen en el Templo nos revela que nada se pierde si le damos a Dios el primer lugar!
La segunda enseñanza del misterio de la presentación de la Virgen María en el Templo se refiere a la naturaleza de la piedad mariana. Nuestro amor por María no debe ser dictado principalmente por sentimientos o afectos superficiales, sino más bien debe estar arraigado en la visión clara del pensamiento de Dios sobre su hija favorita. Dios quería a la Virgen. Dios creó el mundo para Cristo, pero también para María, sin la cual la segunda persona de la Trinidad no se habría encarnado. Entonces, si contemplamos el mundo con los ojos de la Trinidad, lo entenderemos mejor. Nuestro sentimiento filial hacia ella necesita del dogma para que nuestro amor a ella sea más puro. Es bueno amar a la Virgen; es incluso mejor amarla estudiando las razones por las que Dios le ha dado tal lugar en su plan de salvación.
Jean Michel Castaing : Aleteia