Cuando el hombre puso un pie en la Luna, dijo una frase que se hizo famosa: “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”. De hecho, la humanidad había alcanzado un hito histórico. Pero hoy, en la asunción de María al Cielo, celebramos una conquista infinitamente más grande: la Virgen ha puesto sus pies en el paraíso. No fue solo en espíritu, sino también con el cuerpo, toda ella.
Este paso de la pequeña virgen de Nazaret ha sido el gran salto hacia delante de la humanidad. De poco sirve ir a la Luna si no vivimos como hermanos en la Tierra. Pero que uno de nosotros viva en el Cielo con el cuerpo nos da esperanza: entendemos que somos valiosos, que estamos destinados a resucitar. Dios no dejará que nuestro cuerpo se disuelva en la nada. ¡Con Dios nada se pierde!
En María se alcanza la meta y tenemos ante nuestros ojos la razón por la que caminamos: no para conquistar las cosas de aquí abajo, que se acaban, sino para conquistar la patria de allá arriba, que es para siempre. Y la Virgen es la estrella que nos orienta. Ella ha ido primero. Ella, como enseña el Concilio, “precede con su luz al peregrino Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo” (Lumen gentium, 68).
Papa Francisco, ángelus del 15 de agosto de 2020. Zenit