Es el mediodía. Veo la iglesia abierta. Debo entrar.
Madre de Jesucristo, no vengo a rezar. No tengo nada que ofrecerte y nada que pedirte. Solo vengo, Madre, a contemplarte, a mirarte, a llorar de felicidad, sabiendo que soy tu hijo y que estás aquí. Vengo solo por un momento mientras todo se detiene.
¡Es el mediodía! Quiero estar contigo, María, aquí donde tú estás. No decir nada, mirar tu rostro, dejar que el corazón cante con su propio lenguaje; no decir nada, solamente cantar porque tengo el corazón demasiado lleno, como el mirlo que sigue su aliento sobre la ola de sus coplas repentinas.
Porque eres hermosa, porque eres inmaculada, la mujer en la gracia por fin restaurada, la criatura en su honor primero y en su realización final. Tal como salió de las manos de Dios en el amanecer de su esplendor original. Inefablemente intacta porque tú eres la Madre de Jesucristo, quien es la verdad entre tus brazos, la única esperanza y el único fruto.
Porque eres la mujer, el Edén de la ternura primordial olvidada cuya mirada encuentra el corazón y hace brotar las lágrimas retenidas, porque me salvaste, porque salvaste a Francia, (...) porque interviniste en el momento en que todo se venía abajo.
Porque una vez más salvaste a Francia, porque es el mediodía, porque hoy estamos en este día, porque estás aquí para siempre, simplemente porque eres María; simplemente porque existes, Madre de Jesucristo, ¡te doy gracias!
Paul Claudel (1868-1955), de la Academia Francesa, dramaturgo y poeta francés, convertido en Navidad de 1886, ante la estatua de la Virgen (traducción de Gloriantonia Henriquez).
La Virgen al mediodía, Poemas de Guerra, N.R.F., 1914-1915 (original en francés).